Con el apoyo de Stephen Hawking, Breakthrough Initiatives acaba de lanzar un programa para extender nuestras capacidades de búsqueda de civilizaciones extraterrestres. ¿Vale la pena la inversión?
Yuri Milner y Stephen Hawking en el lanzamiento de una nueva iniciativa para encontrar vida inteligente en otras regiones de la galaxia. Crédito: Breakthrough Initiatives |
Cada vez que nos sentamos a discutir sobre la posibilidad de vida inteligente más allá de nuestra órbita, tarde o temprano terminamos por estrellarnos con el muro aparentemente infranqueable que supone la llamada paradoja de Fermi. Dicha paradoja, atribuida al famoso físico italiano que trabajó para el proyecto Manhattan, se puede enunciar de una manera muy sencilla. Aquí está: si la vida inteligente es común en nuestra galaxia, ¿por qué no la hemos encontrado aún?. La pregunta, lanzada hacia las estrellas con aire de indignación, está motivada principalmente por más de 50 años de búsquedas infructuosas cuyo objetivo principal ha sido la detección de señales de radio (en algunas casos señales de láser) cuyo patrón de transmisión no pueda ser explicado de manera natural. La posibilidad de un origen artificial y premeditado de dicho mensaje interestelar sería nuestro primer indicio seguro de que la vida no sólo ha surgido en la vecindad de otras estrellas, sino que además ha evolucionado hacia formas inteligentes capaces de construir radiotelescopios.
Tal vez la solución más popular a esta paradoja entre los entusiastas de la llamada iniciativa SETI (Search for Extra-Terrestrial Intelligence) es la constatación (por lo demás muy acertada) de que nuestras búsquedas no han sido ni lo suficientemente extendidas en el cielo, ni lo suficientemente sensitivas para detectar señales muy débiles emitidas por tímidas o lejanas civilizaciones extraterrestres. Lo que hay que hacer, argumentan estos abanderados de SETI, es usar telescopios más grandes, analizar otras frecuencias, y barrer todo el cielo en nuestra búsqueda frenética del mensaje en la botella. Como buscando los vestigios de un accidente aéreo en la inmensidad del Pacífico. Y precisamente es lo que se acaba de anunciar en Londres con bombos y platillos mediáticos. Un multimillonario ruso (del tipo venture capitalists), flanqueado por el físico más famoso de la actualidad, donará 100 millones de dólares para hacer la búsqueda más extendida y más sensitiva. El objetivo es el mismo: escudriñar el cielo para encontrar señales de radio similares a las que nuestra propia civilización es capaz de producir. Pero, ¿alguien se ha detenido a pensar si tal vez esos 100 millones de dólares puedan terminar en el basurero galáctico?
En lo personal, espero que no. Pero cuando se trata de indagar en lo desconocido, es bueno tener siempre todas las cartas sobre la mesa. Existen resoluciones a la paradoja de Fermi que hacen de una iniciativa de este tipo un gasto innecesario de dinero. El llamado argumento de Hart, que en realidad es una versión fuerte de la paradoja de Fermi seguida por una conclusión, postula que la colonización de una galaxia por una civilización inteligente debería suceder en escalas de tiempo cortas en relación con la edad de dicha galaxia. Concretamente, Hart estima que una vez alcance un nivel técnico, una civilización debe estar en capacidad de colonizar una galaxia como la Vía Láctea en aproximadamente 100 millones de años, lo cual es apenas un 1% la edad de las estrellas más viejas en nuestra galaxia. Estas cuentas hacen la paradoja aún más cruda y evidente, pues no sólo deberíamos haber ya detectado la presencia de otras civilizaciones, sino que, de existir, ya deberían haber colonizado nuestro sistema solar. La conclusión es, a primera vista, desoladora: probablemente somos la primera civilización técnica que ha surgido en la galaxia. El dinero de Milner, el visionario ruso, se va a la basura.
Pero el Universo es más grande que nuestra Vía Láctea, y si bien el argumento de Hart, de ser correcto, cierra la puerta a la posibilidad de otras civilizaciones en la galaxia, también abre el panorama hacia la búsqueda de civilizaciones en otras galaxias. Si es verdad que dichas civilizaciones se expandirían rápidamente en su propia galaxia, entonces sin duda requieren una inmensa fuente de energía para lograrlo, pues el crecimiento exponencial de la población y los costos de la colonización sólo serían sostenibles si se tiene a disposición una fuente prácticamente inagotable de recursos energéticos. En estadios técnicos lo suficientemente avanzados, estas civilizaciones obtendrán su energía de las reacciones termonucleares en el interior de las estrellas, o incluso tal vez de los fenómenos de acreción en inmediaciones de un agujero negro supermasivo (para comparación, nuestra civilización obtiene su energía principalmente de combustibles fósiles en la corteza terrestre). Pero extraer energía de estas fuentes no es gratis, pues las leyes de la termodinámica impiden que se obtenga dicha energía sin producir calor. Es lo que sucede en un refrigerador, que calienta el aire a su alrededor para extraer energía térmica de los alimento en su interior. Y a escalas galácticas, este calor producido puede ser detectado por nuestros telescopios infrarrojos (sí, al mejor estilo de Depredador).
Lejos de ser una utopía de ficción, la posibilidad de detectar civilizaciones galácticas por medio del calor de sus máquinas es asunto de ciencia actual. En una serie de artículos aparecidos el año pasado, un grupo de astrónomos de la universidad estatal de Pennsylvania reporta el inicio de una campaña para detectar la emisión infrarroja producida como efecto colateral de ingeniería avanzada en una muestra de galaxias, usando los telescopios infrarrojos WISE y Spitzer. Los primeros resultados no parecen muy prometedores, al menos en términos de civilizaciones que utilicen el 85% de la energía disponible en su galaxia, pero tal vez estemos sobreestimando la capacidad de dichas comunidades para obtener energía. En cualquier caso, mi esperanza es que esto ilustre la reducida dimensión del espacio de parámetros en el que hemos estado buscando, y la necesidad de invertir el dinero en maneras menos convencionales de descubrir civilizaciones extraterrestres, si es que esperamos hacerlo antes de que nuestro propio exceso de calor termine por hacernos una civilización inviable.
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