martes, mayo 31, 2011

Gold fever, drug fever

Among the many fundamental reasons to oppose unbridled capitalism, in which the economic profit of a few prevails over the interests and welfare of society as a whole, perhaps the most frightening one is the ability of the economic power of certain groups or individuals to distort the moral and the will of an entire state. Law and justice become docile tentacles of the interests of large economic groups and that is not only a clear violation of democracy, but a direct attack on the most fundamental principles of solidarity and equality.

And yet, some would have us believe that unbridled capitalism and democracy go hand in hand and intertwined. When leaders of a major superpower say they want to bring democracy to countries oppressed by authoritarian regimes, what they really mean is that they want to establish a government there to take care of the their greedy interests. History has shown repeatedly that it has not been the most noble principles of humanity, but the most egoistic economic interests that have driven the most important decisions of global politics. Or has anyone seen perhaps a successfully implemented democracy in Iraq, Afghanistan, or any of the territories now occupied by foreign troops?

This might sound to may people as cheap left-wing rhetoric. To me, it sounds like an evident reality. To make this point clearer, I want to bring up one of the most sad, bloody and dangerous results of wild capitalism: the almighty power of drug traffickers in Latin America countries. For decades, Colombia has been living side by side with the cancer of drug trafficking. It has permeated everything: politics, law, government, guerrillas, morality, decency, respect for life. For over 30 years the global policy on drugs has been the relentless persecution and criminalization of the production, distribution, sale and consumption of narcotics, and Colombia has taken the brunt of this war, an internal armed conflict almost entirely funded with revenues produced in the illegal drug trade, leaving millions of victims each year.

The much acclaimed "war on drugs" has not yielded the expected results, and we should not have a doctorate in sociology to understand that the reason why this war is not won is precisely because the stablished policies behind this war make drug traffickers powerful. Prohibit something, and you will make it valuable. The unquestioned power of Al Capone in the decade of the Great Recession is an easy example that applies here: a power based on the prohibition of alcohol. For those who study the drug problem on a global scale, it is perhaps clear that the controlled distribution of narcotics and the approach to this matter as a public health problem is the least painful solution. The drug trade should be the monopoly of states. There are many voices clamoring for this type of solution, and here I will not stop to explain the otherwise evident reasons for this approach.

And yet, we continue with a tough policy against drug trafficking in Colombia that has not worked, On the contrary, this policy is now threatening Mexico to turn it into a battleground between traffickers who buy weapons in the United States and a state that is forced to act within the law to attack a cancer that does not know any rules. The question is then: why do we continue with this policy? The extremely conservative and moralistic attitude of a significant part of public opinion and the U.S. Congress is only part of the explanation.

The true reason for this policy is related, I am afraid, to the greed od certain economic groups. The circulation of narcotics continues to be criminalized because criminalizing it is profitable -very profitable- for a few fortunate ones. Not only weapon trade between Mexico and the United States benefits from the drug war in Mexico (as it benefits from the war against terrorism in the Middle East). Another important source of revenue for a sector of U.S. economy is visibly improved with the worldwide prohibition policy: the private prison system. In the United States, a considerable fraction of the prisons are maintained by private entities, for which each inmate is translated into several thousand dollars in profit. The state is no longer the only responsible for applying punishment to the convicts. The punishment of criminals has become a business (what would Foucault say?). And, oh surprise! Drug trafficking is the main source of prisoners in the modern world.

We can imagine the enormous pressure that, through congressional lobbying, is exerted by those who own the production of weapons and jails in the United States. We should exert our own pressure to make sure that the controlled distribution of narcotics is at least discussed seriously by the governments worldwide. It is time to start demanding from governments around the world something that should be natural for them to do by own initiative: that the interest of the mankind as a whole should prevail over the particular interest. Maybe now that people are being decapitated by dozens on the streets of Sonora, much closer to the Arizona border than the far away Medellín, they will finally start to listen.

viernes, mayo 27, 2011

Fiebre del oro, fiebre de la droga

Entre las muchas razones fundamentales para oponerse al capitalismo salvaje, en el cual el beneficio económico de unos pocos prima sobre los intereses y el bienestar de la sociedad en su conjunto, tal vez la más pavorosa es la capacidad del poder económico de ciertos grupos o individuos para torcer la moral y la voluntad de un Estado entero. La ley y la justicia se convierten en tentáculos dóciles de los intereses de los grandes grupos económicos y eso no es sólo una transgresión evidente de la democracia, sino un ataque directo a los principios más fundamentales de la solidaridad y la igualdad.

Y sin embargo, algunos quieren hacernos creer que el capitalismo salvaje y la democracia van de la mano, entrepiernados y entrelazados. Cuando los líderes de las grandes potencias dicen que quieren llevar la democracia a pueblos oprimidos por regímenes autoritarios, lo que quieren decir en realidad es que quieren implantar allí un gobierno que vigile los intereses de su avaricia. Ya la historia ha demostrado varias veces que no son los más nobles principios de humanidad, sino los más bajos intereses económicos los que dirigen las decisiones de la política global. ¿O acaso alguien ha visto una democracia exitosamente implantada en Irak, Afganistán, o cualquiera de los territorios actualmente ocupados por tropas extranjeras?

A muchos esto les suena a retórica izquierdista barata. A mi me suena a justo reclamo y a evidente realidad. Y para concretar mi punto quiero traer a discusión uno de los resultados más tristes, sangrientos y peligrosos de la capacidad cegadora del capitalismo salvaje: el poder incalculable del narcotráfico. En Colombia llevamos décadas enteras conviviendo con el cáncer exterminador del narcotráfico. El tráfico de drogas lo ha permeado todo: la política, la justicia, el gobierno, las guerrillas, la moral, la decencia, el respeto por la vida. Por más de 30 años la política global contra las drogas ha sido la criminalización y la persecución implacable de la producción, la distribución, la venta y el consumo de narcóticos, y Colombia ha llevado la peor parte de esta guerra, con un conflicto armado interno financiado casi por completo con los réditos producidos en el comercio ilegal de drogas, y que deja millones de víctimas cada año.

La tan afamada "guerra contra las drogas" no ha dado los resultados esperados, y no hay que tener un doctorado en sociología para entender que la razón por la cual esta guerra no se ha ganado es que justamente la política que inspira esta guerra hace poderosos a los narcotraficantes: la prohibición. Prohibe algo, y lo harás valioso. Ahí está el poder incuestionable de Al Capone en la década de la Gran Recesión para comprobarlo: un poder basado en la prohibición del alcohol. Para quien estudie el problema a escala global, resultaría evidente que la distribución controlada de narcóticos y el tratamiento del asunto como un problema de salud pública es la solución menos dolorosa. El narcotráfico debe ser monopolio de los Estados. Ya muchas voces claman por este tipo de solución, y aquí no me voy a detener a explicar las razones, por lo demás evidentes.

Y sin embargo, seguimos con una política de mano dura contra el narcotráfico que en Colombia no ha dado resultados, y ahora amenaza a México con convertirlo en un campo de batalla entre narcos que adquieren sus armas en Estados Unidos y un Estado que se ve forzado a actuar dentro de la Ley para atacar un cáncer que no conoce regla alguna. ¿Y por qué continuamos con esta política? La actitud extremadamente conservadora y moralista de una parte significativa de la opinión y el Congreso norteamericanos es sólo parte de la explicación.

La verdadera razón es el capitalismo salvaje. La circulación de narcóticos sigue siendo criminalizada porque criminalizarla es rentable -muy rentable- para algunos afortunados. No sólo el comercio de armas entre los Estados Unidos y México se beneficia de la guerra contra el narcotráfico en México (como se beneficia del la guerra contra el terrorismo en Oriente Medio), sino que además existe otra importante fuente de ingresos para un sector de la economía gringa que se ve visiblemente mejorada con las políticas antidrogas en el mundo: el sistema penitenciario privado. En los Estados Unidos, una fracción considerable de las cárceles son mantenidas por entidades privadas, para las cuales cada interno se traduce en varios miles de dólares de ganancia. El estado ya no es el único responsable de aplicar punición a los convictos. Castigar se ha convertido en un negocio (¿qué pensaría Foucault?). Y, oh sorpresa! El narcotráfico es la principal fuente de reos en el mundo.

No es difícil imaginar la enorme presión que a través del lobbing congresional ejercen los grupos económicos dueños de la producción de armas y cárceles en Estados Unidos. Es hora de empezar a exigirle a los gobiernos del mundo algo que debería ser natural que hicieran por sí mismos: que en las decisiones han primar el interés general sobre el particular. Tal vez ahora que se decapitan personas por decenas en las calles de Sonora, por fin comiencen a escuchar.

lunes, mayo 02, 2011

De la santidad y otras pestes

La santidad, lejos de ser una señal de la intervención de Dios en los asuntos terrenales a través de unos cuantos escogidos, no es más que un resultado de los vientos políticos. Los santos son santos no porque Dios lo quiera, ni porque hayan en verdad oficiado milagros inverosímiles, como multiplicar panes o curar leprosos, sino porque al poderoso de turno le conviene que lo sean. Si no me creen, ahí está el ejemplo de Luis IX de Francia, el bisnieto energúmeno de Hugo Capeto que hizo construir la Sainte-Chapelle como celebración de la sangre que él y sus aliados cruzados derramaron en las mal llamadas Tierras Santas, y que fue canonizado sin chistar apenas 27 años después de su muerte por Bonifacio VIII sin que la historia haya tenido tiempo de juzgarlo por sus acciones non-sanctas.

Podría escarbar en la vida de cada santo que ha canonizado la Iglesia de Roma, y encontraría allí más favores políticos y arreglos maliciosos con los poderes terrenales, que manifestaciones piadosas de naturaleza divina. Pero no tengo el tiempo ni las ganas. Mejor detengámonos en el último ejemplo, tal vez el más mediático de la historia.

Lo que se multiplicó durante el papado de Karol Wojtyla no fueron panes, sino abusos sexuales por parte de los curas. De lo que se curó a la Humanidad durante el mandato del "Papa viajero" no fue de la lepra, sino del aún más asqueroso cancer del Comunismo, por supuesto. Lo que se predicó no fue el amor al prójimo, sino el rechazo a los preservativos en tierras azotadas por el sida. Pero Juan Pablo II también será santo, más temprano que tarde, y poco tiempo después se aparecerá en las paredes húmedas de una familia humilde de Malambo, Atlántico.

Tan volátil es la naturaleza de la santidad, que un triunfo de la Unión Soviética en la Guerra Fria habría seguramente relegado al polaco más famoso después de Copérnico a un muy modesto paso por la historia. Pero fue la fé católica y capitalista la que triunfó sobre el ateísmo autoritario de los soviéticos, y entonces tenemos que aguantar otro espectáculo más en la plaza de San Pedro, y no tardarán algunos fanáticos en decir que la muerte del impío terrorista Bin Laden es la primera acción piadosa del nuevo beato.

Mientras tanto, los obispos siguen confesando como "jugaban" con los muchachitos abusados y para siempre traumatizados por la sed irracional producida por el celibato, y el Vaticano se sigue enriqueciendo a costa de la fe ciega de quienes no encuentran otra salida a su miseria que la promesa de una vida de riqueza espiritual en el Paraíso, al lado de Karol Wojtyla y de los demás piadosos santos. Mientras tanto, en fin, las doctrinas de la Iglesia siguen siendo el opio del que se nutren los líderes mundiales para seguir dándole esperanza a los pueblos cansados, ignorantes y miserables.

Yo, por eso, no celebro la beatificación del polaco, ni la muerte del saudí. Porque en la oscuridad de las mentiras mediáticas se puede quedar enredado para siempre nuestro futuro. Y yo prefiero verlo venir.