miércoles, enero 14, 2015

En defensa de la religión.

Voy a proponerles que cerremos los ojos por un instante e imaginemos un mundo sin religión, un mundo sin dioses, ni milagros, ni resurrecciones, ni perdón de los pecados, ni vida eterna; un mundo sin fe donde la blasfemia es por definición un término obsoleto, y las guerras de religión levantamientos innecesarios de los que nunca nadie ha escuchado hablar. Es probable que en este mundo imaginado no hayamos nunca tenido que librar una batalla contra el diseño inteligente, ni hayamos sufrido los horrores de las cruzadas cristianas, ni hayamos llorado a las víctimas indefensas de campañas yihadistas. En el-mundo-sin-religión, que cada vez se nos presenta más como un verdadero paraíso, tampoco veríamos a sacerdotes católicos, impecablemente ataviados con sotanas de algodón, predicando contra el uso del condón en tierras arrasadas por el VIH, ni escucharíamos a imanes radicales incitando a la violencia contra los infieles desde lo alto de imponentes minaretes. Tal vez las personas darían lo mejor de sí para encontrar soluciones inteligentes a sus problemas antes de darse por vencidos y ponerse en manos de un dios en particular, y con seguridad los líderes políticos dejarían de apoyarse sobre los hombros de millones de fieles para lograr sus ambiciones personales. Qué bien suena todo esto, ¿verdad?. Qué bonito sería vivir en un mundo sin religión.

Tras los actos violentos de la semana pasada en Francia, he escuchado y leído a muchos amigos y colegas, así como a reconocidas figuras intelectuales como Salman Rushdie y Richard Dawkins, abogar por un mundo como el que acabo de describir, un mundo libre de religión donde no sucedan esas atrocidades. Muchos de ellos se consideran ateos irrevocables, héroes invictos de la razón que opinan que no existe un peligro más serio para nuestra pobre Humanidad que la religión combinada con la fuerza de las armas. Sin dudarlo asocian la religión con una condición de inferioridad intelectual de la que más vale burlarse con saña antes que doblegarse ante sus pretensiones. Puedo entender la posición de estas personas, algunas de ellas víctimas directas de la violencia irracional que genera la interpretación fanática de algunas escrituras sagradas. Comparto también el fervor positivista de aquellos que defienden el poder del pensamiento racional contra las doctrinas del creacionismo o la negación del calentamiento global. Pero no logro dejar de preguntarme si en realidad lo que ha pasado tiene algo que ver con la religión. Quiero decir: ¿es la religión la culpable de nuestra violencia? ¿se habrían salvado los caricaturistas de Charlie Hebdo, o los millones de kurdos suníes que ha muerto en el medio oriente, si viviéramos en e mundo que describí en el primer párrafo? Pero a un nivel más fundamental me pregunto: ¿es posible un mundo sin religión?

La primera de estas cuestiones equivale a preguntarnos si la falta de religión nos haría necesariamente más racionales. No creo que ese sea el caso. Lo opuesto de la religión no es necesariamente la racionalidad, y el hecho de que la religión sea (para unos pocos) una justificación fácil para nuestros actos irracionales no implica que sea la única justificación. Tal vez ni siquiera la más fácil. Temo decirlo de manera demasiado cruda, pero creo que el substrato de nuestra conciencia que nos lleva a realizar actos violentos está muy por debajo del substrato religioso en la profunda excavación de nuestra condición humana. Mataríamos también en ausencia de religión, y tal vez las justificaciones que encontraríamos en ese caso serían más abominables que las que nos impulsan a la violencia en defensa de nuestro credo. Al fin y al cabo, ya lo hemos hecho. Hemos matado por otros motivos, y aunque no lo sé con certeza, pienso que la evidencia histórica nos muestra que han sido más quienes han muerto violentamente por asuntos que nada han tenido que ver con las sagradas escrituras. También, a propósito, hemos matado para defender sistemas fundamentalmente ateos. De manera que los caricaturistas de Charlie Hebdo no se habrían salvado. Simplemente no habrían existido, o tal vez habrían muerto por ridiculizar la teoría del Big Bang.

Trato de desembarazarme de todo sesgo racional, religioso, o de cualquier tipo al aventurar una respuesta a la siguiente pregunta: ¿es posible un mundo sin religión? Dicen las estadísticas que el 85% de la población en los países escandinavos se considera no-creyente (si, en los países escandinavos donde extremistas cristianos también han asesinado a sangre fría). Pareciera existir una anticorrelación entre la calidad de vida, la igualdad social y la necesidad de creencias sobrenaturales de tipo religioso. Ojalá así fuera, pues yo sería el primero en celebrarlo (aunque el primer problema sería, por supuesto, el de reducir las desigualdades sociales, de lo cual parecemos estar muy lejos). Y sin embargo me pregunto si, como afirman algunos, es la desigualdad social el único ingrediente que se necesita para preparar una deliciosa religión. Y de nuevo me temo que la respuesta es negativa. Nuestras nociones religiosas anteceden en la Historia de la Humanidad a nuestras divisiones sociales, y a mí me parecen más una reacción natural a lo desconocido que una respuesta a la injusticia. No estoy muy seguro de que en el futuro el método científico sea universalmente adoptado por todos los miembros de la sociedad, muy a pesar del esfuerzo que hagamos quienes lo defendemos. Aún hoy, algunas de las sociedades científicamente más avanzadas muestran un alto índice de analfabetismo científico, y en esas naciones los líderes son escogidos basados en sus creencias y sus juramentos se hacen con la mano bien puesta sobre un libro sagrado.

Parece entonces un despropósito, desde el punto de vista pragmático, querer eliminar a las religiones de nuestra sociedad, o asumir que quienes se declaran personas de fe son merecedores de nuestro desprecio. Parece también injusto querer culpar a la religión por nuestra violencia ancestral. La Historia nos ha enseñado que la grandeza de corazón o la capacidad de transformar positivamente a las sociedades no depende de nuestro credo, o de nuestro nivel de "racionalidad". Soy partidario de que los excesos de las religiones sean controlados, y que las interpretaciones violentas de sus fundamentos sean vigiladas y en caso necesario castigadas. Soy partidario de desmantelar las instituciones corruptas y ostentosas que se declaran representantes de los dioses en la Tierra. Seré el pregonero más acérrimo del positivismo científico y el defensor número uno de la razón, y trataré de convencer a cuantas personas pueda de que existen métodos más apropiados para explicar lo que no entendemos. Pero me declaro en oposición a la idea engañosa de que es la religión la causa de nuestra irracionalidad. Apoyo un ateísmo responsable, que conozca tanto de la riqueza histórica y cultural de las religiones como entiende de las últimas teorías de la física, y rechazo el ateísmo soberbio que no es ateísmo sino antiteísmo. Sólo así tendremos esperanza de alcanzar el nivel de tolerancia apropiado para el mundo que nos merecemos. Sólo así lograremos que quienes matan se queden sin argumentos, y que quienes se hacen elegir sobre los muertos se queden sin votos.