lunes, julio 10, 2006

La final en Berlin

Mi primo y yo caminamos a lo largo del Fan Meile, alejándonos a paso lento de la puerta de Brandeburgo, en dirección a Berlín Occidental. A nuestra espalda va quedando lo que alguna vez fue la capital de la la República Democrática Alemana, y que ahora no es más que la parte oriental de la ciudad más importante de esta Alemania reunificada. Es pasada la medianoche e Italia acaba de ganar por cuarta vez el Campeonato del Mundo, a pocos kilómetros de donde estamos, en el legendario Estadio Olímpico.

La milla está convertida en un mar de gente que agita banderas de todo el mundo. Los italianos son por supuesto quienes más celebran, pero los demás se sienten tan campeones como ellos. La fórmula "Forza Italia" se ha impuesto sobre la sonora "Allez les blues", y los franceses aun lloran por la derrota, tirados en la calle y rodeados de botellas, vasos desechables y cerveza derramada. La música invade todo el espacio de la calle, y en las pantallas gigantes aparecen los jugadores de la Copa del Mundo, haciendo gala de sus más espectaculares jugadas, mientars que nosotros aquí abajo nos confundimos en la multitud colorida.

Katharina y Vicky nos acompañan. Las hemos encontrado por casualidad en una estación del S-bahn y son ellas quienes nos han dado la idea de venir. A la gente le importa poco que sea domingo, que mañana temprano hay que trabajar. Siguen celebrando el triunfo de la azurra, porque los italianos son Campeones del Mundo por cuarta vez.

lunes, julio 03, 2006

Sintetizando

Tras cinco meses en Europa, creo que es bueno hacer un primer balance de lo que ha sucedido durante el semestre que se acaba. Con la llegada de mis vacaciones se cierra un capítulo muy relevante. Termino el primer semestre de maestría satisfecho por las cosas que aprendí y la gente que conocí. Unos días en Ginebra fueron suficientes para reconocer a Leiden como mi nuevo hogar, a donde he de regresar luego de cada viaje durante los próximos dos años. Realmente aún no lo tengo muy claro, y a veces, como anoche, me despierto agitado en mi cama con la impresión de que todo esto no ha sido más que una maquinación de mi mente y que aún sigo en Bogotá.

La era Smaragdlaan ha llegado a buen término. La buena Giulia, ciudadana de la cità eterna, ha regresado a Italia sin mayor pompa y con ella se ha ido una de las últimas amistades que me quedaban en este edificio de ladrillo incrustado en la periferia de Leiden. Todos se ha ido, uno a uno, y sus destinos se reparten de nuevo por toda Europa para no entrecuzarse de nuevo en el futuro. Por supuesto, la despedida más difícil ha sido la de Magda. Por caprichos del destino, estuvimos a punto de encontranos por última vez en el aeropuerto de Amsterdam, pero no lo logramos por una diferencia de una hora en nustros respectivos vuelos.

Por fortuna, no son los estudiantes Erasmus los únicos amigos que he tenido oportunidad de hacer en estos parajes. A muchos otros los volveré a ver luego del verano, y supongo que nuevos rostros llegarán. Por ahora no me queda más que disfrutar de éstas últimas horas en la apacible habitación número 194 en el cuarto piso de Smaragdlaan. En cinco horas estaré tomando un vuelo hacia Berlín, donde el entrañable Juan Nicolás me espera en medio de sus múltiples ocupaciones. Será bueno ver a mi primo. Cuenta la leyenda que cuando teniamos como cinco años nuestra ocupación predilecta era llenar la taza del baño con papa tocarreña y papel higiénico. Pido a la Providencia por la suerte de los baños berlineses. Por fortuna, no creo que se consiga papa tocarreña en la que fue alguna vez capital del Imperio Prusiano.

Escribió Borges en su Atlas: "De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en le decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad". Yo, si bien espero conocer aun muchos otros lugares, no me atrevería a contradecirlo. Ginebra me ha enamorado con sus calles perfectas, sus montañas azules y sus aguas transparentes. Sea esta una oportunidad para expresar mi gratitud a mi amigo Camilo por su hospitalidad en el Canton de Genève. Camilo, futuro merecedor del premio nobel de física, me ha mostrado el CERN y me ha dejado dormir en su casa. Le agradezco más por lo segundo que por lo primero. Aquí hay algunas fotos en Ginebra.