martes, febrero 22, 2011

Adalides democráticos

Alentado por la poca audiencia que sin duda tiene este blog en estos tiempos en que hay tantas cosas interesantes por leer ahí arriba en las redes sociales, los sitios en línea y los grandes portales de noticias, y bajo el riesgo de que quien la lea pueda tomarme por un facineroso amigo de las revueltas, el socialismo o el mamertismo, como los que hacen tambalear a las dictaduras del mundo árabe, me voy a permitir hacer una crítica de la democracia participativa en una sociedad corrompida y embelesada por las luces fulgurantes del poder, la ignorancia y la falta de oportunidades.

La crítica es puntual, y seguramente ha sido ya expuesta con mejores argumentos por algún académico de la democracia y las sociedades. Hela aquí: creo que la democracia participativa, en tanto método de elección de gobernantes, no garantiza de ninguna manera la elección de los mejores, sobre todo en aquellas democracias donde el sufragio es manipulado a través de medios parcializados, prebendas o incluso intimidación violenta, y por lo tanto, no garantiza las mejores condiciones para los electores. Esta crítica, que parece obvia, implica también que el apoyo popular no puede ser un escudo que permita el abuso de poder y evite la crítica.

En nuestros días y en el pasado se ha esgrimido enfáticamente el argumento de que la mayoría electoral le da al gobernante de turno la potestad para hacer lo que le venga en gana, o al menos invulnerabilidad frente a justas críticas a su gestión. Lo vimos hace siete décadas en Alemania, lo vemos hoy en las democracias de Próximo Oriente donde las elecciones presidenciales son una farsa para reivindicar en el poder al gran señor que lleva sentado en la poltrona presidencial las últimas cinco o seis décadas. Lo vemos en Colombia, cuando basados en su éxito electoral, nuestros presidentes tratan de imponernos un estado de opinión según el cual el apoyo del pueblo (al que previamente se le ha comprado su voto) es el constituyente básico -y sobre todo incuestionable- de las leyes de una nación.

Por supuesto, tan pronto como el apoyo popular se esfuma, ya no es necesariamente la voluntad popular la que cuenta a la hora de manejar los más altos asuntos del estado. El pueblo deja de ser el constituyente básico del que emanan todas las leyes y todos lo poderes, tan pronto como, aún aturdido, despierta de un largo letargo y lanza una patada desestabilizadora. Entonces lo mejor que el presidente demócrata encuentra para conjurar la crisis es intimidar a las hordas con la fuerza de los tanques y las bombas, amenazarlos con una guerra civil, o simplemente vociferar que se trata de propaganda patrocinadora de los terroristas. Porque el pueblo, para muchos de esos egregios dirigentes que desde arriba intentan sentar cátedra de autoridad moral, no es el pueblo como tal, sino el pueblo que se inclina ante sus demandas. O están conmigo o están contra mí. Los demás, por supuesto, son terrorista vestidos de civil.

A Silvio Berlusconi, ese emprendedor hombre de negocios que ha ejercido la Presidencia del Consejo de Ministros de Italia en tres ocasiones, lo vi ayer en varios videos de archivo que circulan en internet. Lo escuché frente el Parlamento Europeo comparando a un diputado del Partido Socialista alemán con un oficial de la SS Nazi, porque el germano se atrevió a cuestionar el manejo de la política interna italiana que tenía repercusiones a nivel europeo. Lo escuché diciendo que aquellos que no votaban por él, a quienes él se refiere indistintamente como "la sinistra", eran unos imbéciles. Pero lo que más me sorprendió fue verlo ironizando acerca de los llamados "vuelos de la muerte" durante la dictadura argentina a finales de los 70s. Dijo que "la sinistra" lo queria comparar con el dictador argentino que llevaba a los opositores en un avión y que cuando estaban sobre el mar lanzaba una pelota al vacío y les decía a estos contradictores que fueran a jugar con ella. Quien conozca la verdadera historia de los macabros vuelos de la muerte encontrará sin duda que el chiste de este carismático lombardo es bastante repugnante. La cosa sería tal vez más tolerable si Italia fuera bajo la égida de Berlusconi un modelo a seguir. Pero con sus niveles de desempleo y corrupción, está muy lejos de serlo:

http://es.wikipedia.org/wiki/Vuelos_de_la_muerte

Uno que seguramente conoce muy bien la historia de los vuelos de la muerte es Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de paz en 1980 que fue duramente perseguido durante la dictadura de Videla en Argentina. A este estudioso de varios conflictos en el mundo le acaban de llover copiosos insultos por parte de otro carismático y electoralmente victorioso líder quien se sintió ofendido por los señalamientos de Pérez Esquivel sobre el conflicto colombiano. Fiel a la ya mencionada máxima según la cual quien difiere de tus opiniones es tu enemigo, el ex presidente de Colombia, Alvaro Uribe, ha llamado a Pérez Esquivel un promotor del terrorismo. No sé cuántas veces ha respondido Uribe con insultos a quien osa cuestionarlo. Tampoco sé cuántos más lo hacen, seguramente mucchos, de derecha, de izquierda, o de cualquier intención política. Pero esto me sirve para ejemplificar cómo la democracia participativa en una sociedad corrompida, lejos de crear líderes ejemplares, lo que crea es egos incontrolables que terminan por reaccionar como gatas en celo frente a toda forma de crítica, y lo que es peor, a asumir como cierto que su pensamiento ha de ser Ley.

Los hechos en Medio Oriente están demostrando que el apoyo popular es algo mucho más efímero de lo que desearían aquellos que alguna vez llegaron a acariciar la idea de perpetuarse en el poder, y que al final lo que queda son las acciones que cada presidente decidió ejercer usando ese poder conferido por el aturdido pueblo para mantenerse en el poder, o para hacer uso de él en beneficio propio. No hay razón entonces para no criticar a un Presidente cuando se tienen razones morales o de principios para hacerlo, aún si su popularidad es más grande incluso que su propio ego. No hay razón entonces para no exigir que la democracia participativa en nuestros paises venga acompañada de un verdadero cambio social y educativo que ponga al elector a la altura de los retos que la sociedad le impone. De lo contrario, elegir a un Uribe es siempre potencialmente tan peligroso como elegir a un Gaddafi.

1 comentario:

Gaia dijo...

Gracias por compartir esta reflexión con tu [¿escaso?] público. Ilustrativa y, sobretodo, alentadora en el sentido de poder ver que uno no está sólo en sus preocupaciones por el mundo y de poder comprobar que hay otras cabezas críticas por ahí.

Me permito no obstante expresar una pequeña discrepancia semántica por mi parte con respecto a lo que has escrito:

Disiento contigo en llamar a la nuestra (a la occidental) una democracia participativa. La democracia, por definición, requiere la intervención de los electores. Sin embargo, que se vote periódicamente, no la convierte en participativa (http://es.wikipedia.org/wiki/Democracia_participativa). De hecho, nuestras democracias distan bastante de involucrar a sus ciudadanos tanto en las decisiones como en los procesos sociales de debate que toda democracia sana debería tener. Es por eso por lo que tan fácilmente se destapan o se gestan egomaníacos en el poder: porque, en palabras de Skinner, "la democracia actual no es un método para conocer la opinión, es la entrega del poder a una opinión". Y claro, si tu opinión "vale" varios millones de votos, cualquiera se baja después del burro después...

En esta línea precisamente se encuentra una de mis mayores críticas a la democracia actual: en la ausencia de mecanismos reales (y voluntad política) de participación ciudadana y en la falta de democracias consultivas y vinculantes. Mi segunda crítica se centra precisamente, como tú mencionas de soslayo en esta entrada pero más extensamente en otras, en el cínico desinterés por educar debidamente a los ciudadanos.

Ánimo; las palabras y los gestos sí pueden cambiar el mundo.