Para escribir esta entrada quise
preguntarme cuál es el
aspecto de la astronomía que causa más curiosidad entre los compatriotas con
los que me cruzo a veces en la lejanía del destierro académico, o los que asisten
a conferencias sobre el Universo en los muchos espacios que ofrece hoy en día
la escena científica en Colombia. Tras pasar revista a las preguntas más
comunes que me hacen quienes se interesan por mi profesión, llegué a la
conclusión de que el premio a la más popular se la lleva con creces la
siguiente pregunta: ¿Usted cree que existe vida en otros planetas? Debo
confesar que me gusta la manera en que generalmente se formula esta pregunta,
más como quien le pregunta una opinión a un consejero espiritual que como quien
exige certezas de un experto en el tema. Entre otras cosas, porque es la manera
más adecuada de formularla: a pesar de los grandes avances que la astronomía,
la biología y la instrumentación han logrado en los últimos 20 años para acercarnos
a una respuesta certera, lo mejor que un experto puede ofrecer sigue siendo una
opinión muy personal ciertamente basada en evidencia reciente, pero todavía muy
contaminada por los deseos propios de que la respuesta sea afirmativa o
negativa.
En mi caso particular, generalmente respondo con
la dureza de los hechos, pero también con una dosis cuantiosa de esperanza: aún
no podemos afirmar que tengamos evidencia de vida en otras regiones de la
galaxia, pero cada descubrimiento que se ha hecho desde 1995, cuando un equipo
suizo de astrónomos detectó el primer planeta orbitando alrededor de una
estrella diferente a nuestro Sol, apunta a que lugares como este, planetas
cálidos y rocosos donde las condiciones permiten que corra agua líquida por los
valles y se formen nubes de lluvia en cielos ricos en oxígeno y nitrógeno, son
más comunes de lo que jamás imaginamos (los últimos descubrimientos hechos por
la sonda Kepler apuntan a que el planeta terrestre más cercano a nosotros
estaría a tan sólo 12 años luz de distancia. Y por lo tanto, también son comunes las
condiciones que hicieron posible al menos nuestra existencia en la superficie
de silicio de este planeta particular.
No sólo los avances recientes nos dan
esperanza sobre descubrimientos maravillosos, sino que también el futuro
próximo de la exploración del espacio parece sintonizado para cumplir el
objetivo de descubrir vida en otros planetas. Durante mi doctorado hice parte
del equipo que puso a punto uno de los instrumentos más sofisticados que serán
lanzados al espacio por la especie humana: uno de los espectrómetros que en
2018 volará a bordo del Telescopio Espacial James Webb. La vida, si existe en otros
mundos, debe dejar una huella clara de su presencia en la composición
atmosférica de esos mundos, así como como los animales nocturnos de la montaña
dejan sus huellas en el barro y nos indican su existencia, aún cuando nunca los
veamos. Y un instrumento como el espectrómetro de James Webb, que descompone la
luz de las estrellas y los planetas en los colores del arco iris, y también en
los “colores” que no vemos, como la luz infrarroja, nos permitirá detectar esa
huella que tal vez revelará la existencia de nuestros vecinos cósmicos.
Midiendo la luz que atraviesa las atmósferas de otros mundos, detectando si
existen allí ganes como el metano o el vapor de agua, podremos por fin empezar
a dar algo de certeza a nuestra ávida y milenaria curiosidad.
Por supuesto, la cuestión tiene varios
niveles de complejidad, y la continuación natural de este juego de preguntas y
respuestas es si es posible que esa vida que eventualmente detectaremos sea
vida inteligente. Si ya parece un reto complejo el de encontrar algún tipo de
vida, aún cuando se trate de las más simples bacterias unicelulares suspendidas
en océanos ignotos, imaginarán ustedes lo riesgoso que es hacer algún tipo de
apuesta acerca de la posibilidad de vida inteligente. Y sin embargo, algunos
tahúres cósmicos han dejado claras sus posiciones, con frecuencia
contradictorias. Encabezados por el desaparecido divulgador Carl Sagan, los
optimistas creen con firmeza que el vasto tamaño del Universo es garantía
suficiente de que en algún lugar diferente a nuestra Tierra, la materia
orgánica haya evolucionado hacia formas conscientes capaces de comunicarse, y
escudriñan el cielo con grandes antenas esperando recibir un mensaje amigable
de nuestros primos extraterrestres. Los más escépticos, como el también
desaparecido biólogo evolucionista Ernst Mayr, consideran el raro privilegio de
nuestra inteligencia entre las millones especies del reino animal como la prueba más clara de que la capacidad
de razonar es más un golpe de suerte que la consecuencia natural de la vida.
Pero más allá de esta discusión, tal vez
valga la pena preguntarse qué queremos decir cuando decimos vida inteligente.
Yo tengo una aproximación muy personal al asunto, y la comparto aquí con
ustedes: vida inteligente es aquella que
tras alcanzar niveles técnicos de civilización, sobrevive el tiempo suficiente
para establecer comunicación con otras estrellas. Un reciente artículo por
un estudiante de Harvard propone buscar vida “inteligente” a través de la detección de polución
industrial en las atmósferas de planetas extrasolares. Dudo que sea fácil
detectar dichas civilizaciones, no tanto por las limitaciones técnicas, sino
porque creo que si una civilización es capaz de producir niveles de
contaminación detectables desde otras estrellas lejanas, es porque también
tiene los siglos contados en este Universo. De manera que tal vez la pregunta
fundamental sea si de acuerdo a la definición que propongo, la nuestra es una
civilización de seres inteligentes. La respuesta la daremos en los próximos
decenios, y puede traducirse en nuestra capacidad de mantener la temperatura
global del planeta a niveles que garanticen nuestra supervivencia.
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