En ocasiones el ingenio humano se pierde en el mar de los tiempos, y es necesario que el azar haga de nuevo visibles las hazañas intelectuales de quienes nos precedieron en la empresa ingente que es la comprensión de la Naturaleza, de sus designios y mecanismos. Estas hazañas, a menudo sorprendentes, se pierden de otra manera para siempre en el fango de los siglos, para desgracia de quienes nos preguntamos cuáles fueron las rutas que nos llevaron de la vida en las cavernas a las certezas de la ciencia moderna. Por fortuna no fue éste el destino de unos de los artefactos científicos más intrigantes de la arqueología y la astronomía: el mecanismo de Antikythera, descubierto a principios del siglo XX por marineros griegos entre los restos de un naufragio que había tenido lugar dos mil años atrás cerca de las costas de la isla griega que le da nombre al mecanismo.
Es el año 86 antes de Cristo, y la flota de guerra del general romano Lucius Cornelius Sulla, el único hombre en la historia que logró conquistar en el curso de su vida las ciudades de Roma y Atenas, regresa triunfal hacia Italia luego de haber saqueado la antigua capital de Pericles. Entre los tesoros del botín se encuentran numerosas obras de arte, entre esculturas y utensilios, algunas de las cuales datan del siglo 4 a.C., y que para el naciente Imperio de Roma (entonces ya una tambaleante República) representan la materialización de su creciente capacidad militar en el ámbito del Mediterráneo. En las bodegas de uno de los quinquiremos viaja también, tal vez desapercibido para los agrestes soldados de Roma, acostumbrados a la rudeza del combate y poco familiarizados con las especulaciones científicas, un complejo artefacto compuesto de más de 30 engranajes y discos de bronce con detalladas inscripciones que representan los 365 días del calendario egipcio, la constelaciones del Zodíaco y las fases de la Luna. El mecanismo, construído poco tiempo atrás en la Isla de Rodos con base en los modelos astronómicos de gran Hiparco de Nicea, es capaz de calcular la posición del Sol, la Luna, y probablemente también la de los cinco planetas conocidos en la Antigüedad, en cualquier fecha deseada y con una precisión que no volvería a ser posible para este tipo de cálculos sino hasta bien entrada la Edad Moderna. No llegarían los astrónomos romanos a utilizar el mecanismo ni a estudiar sus secretos, pues a la altura de la isla de Antikythera, entre Creta y el Peloponeso, un naufragio inesperado se tragó el quinquiremo romano con todas sus riquezas y las escondió para la Humanidad por dos milenios.
Muy pocas piezas del mecanismo sobrevivieron a la corrosión de los siglos, al punto que quienes por primera vez pudieron verlo tras su redescubrimiento en el siglo XX no lograron descifrar su propósito, y se preguntaban si el artefacto era un análogo de los astrolabios que usaron los navegantes del siglo XVI para medir las posiciones de los astros. Fueron necesarios otros 50 años de investigaciones para sacar a la luz el verdadero funcionamiento de esta joya de la tecnología clásica, y hoy sabemos (aunque las investigaciones continúan) que se trata probablemente del computador análógico más antiguo de que se tenga noticia. En efecto, el estudio de los engranajes, los discos y las inscripciones, y su comparación con los modelos astronómicos del mundo antiguo ha permitido establecer que el complejo artefacto era capaz no sólo de medir el paso del tiempo y de calcular las posiciones planetarias, sino que además podía predecir eclipses y reproducir ciclos astronómicos importantes como el ciclo de Saros y el ciclo Metónico. Se trata, desde todo punto de vista, de una instrumento cuya construcción requería un refinadísimo conocimiento astronómico y técnico. Hasta el redescubrimiento del mecanismo de Antikythera, nadie creía que el conocimiento del mundo antiguo fuera capaz de tal hazaña.
Para tener una idea de la relevancia del descubrimiento, tal vez valga la pena mencionar que un mecanismo astronómico de tal complejidad no volvió a ser construido por la Humanidad sino hasta mediados del siglo XIV, cuando los primeros relojes astronómicos, como el que aún funciona en la torre del antiguo Ayuntamiento de la ciudad de Praga, fueron construídos para decorar los templos cristianos de la Baja Edad Media. Aún más increíble es el hecho de que el nivel de precisión alcanzado por los engranajes del mecanismo de Antikythera en algunas de sus predicciones astronómicas sólo fue igualado por experimentados relojeros del siglo XIX. El bagaje científico que implica la construcción de este aparato estuvo perdido por más de mil años en las profundidades del mar, hundido en un barco de guerra cuyo propósito era el saqueo. Tal vez en Roma alguien habría entendido sus designios, y habría transmitido al Imperio de Julio César los conocimientos allí contenidos. Tal vez así habríamos ahorrado mil años de oscuridad y estaríamos ahora más allá de la discusión de la amenaza nuclear y el calentamiento global, viviendo de manera sostenible en colonias en la Luna y en Marte. O tal vez era necesario que la astronomía del mecanismo de Anikythera se perdiera en el fondo del mar para que su redescubrimiento nos recordara las oportunidades que nos arriesgamos a perder si dejamos que otros barcos de guerra modernos, otros dogmas y otros intereses nos alejen de nuestra naturaleza como descubridores y curiosos exploradores. Para mí eso está bien, siempre y cuando hayamos aprendido la lección.
P.S. El mecanismo de Anikythera está expuesto en el Museo Nacional de Arqueología de Atenas, junto con varias de las obras de arte encontradas en el naufragio. Allí se pueden encontrar también reconstrucciones modernas del mecanismo completo. Por su parte, el reloj astronómico de Praga se encuentra en la vieja Plaza Central de la ciudad, y su funcionamiento se ilustra aquí.