lunes, septiembre 11, 2006

Trescientos sesenta y cinco

Hace un año nos dejó el abuelo Rafael. En aquella tarde de domingo, hoy hace trescientos sesenta y cinco días, se fue un hombre noble y extraordinario. Pero ese día también tomó forma en nuestras mentes el recuerdo de su existencia apasible y de sus manos de constructor haciendo vibrar con destreza las cuerdas de una guitarra que ahora reposa en nuestra memoria con la resonancia perenne de su última nota.

Las que siguen son las líneas que escribí en aquella ocasión para despedirlo. Las reproduzco aquí como un homenaje en este primer aniversario de su muerte.


ADIOS AL ABUELO

Cuando mi abuelo llegó a La Mesa, a principios de los años cincuenta, ya la vida le había enseñado a defenderse por sus propios medios. Huérfano desde muy pequeño, a sus veinte años ya era prófugo de un internado en Santander de donde había escapado para ser libre y vivir a sus anchas la vida ejemplar que nos ha dejado como herencia. Se unió a sus hermanos mayores y, con su bandola bajo el brazo visitó las cumbres y los valles de los Andes colombianos dejando en cada pueblo el susurro encantador de las notas musicales que disfrutó hasta los últimos momentos de su vida.

Ese azaroso periplo de su juventud terminó de la única forma en que podía terminar: en La Mesa conoció a la mujer que amaría con absoluta intensidad y abnegada ternura durante cincuenta y tres años. Juntos, la abuelita Blanca y el abuelito Rafael nos han dado el más valioso de los ejemplos: el del amor sincero que está por encima de las adversidades de la vida; la pureza de un cariño que perdurará por toda la eternidad.

De la mano de la abuelita Blanca, Rafael guió correctamente a sus tres hijos por los caminos de la honestidad y el compromiso con el estudio y el trabajo. Para lograrlo hizo uso de sus envidiables capacidades de autodidacta y de la inquebrantable voluntad de trabajar para su familia. Luego, cuando llegamos sus nietos y su fortaleza ya no era la misma de la juventud, el abuelito nos deleitó con su música y su compañia apasible, regalándonos sus mejores horas, iluminando con su experiencia y su bondad los momentos felices de nuestra infancia. Personalmente recuerdo con una alegría inmensa las tardes que pasé a su lado escuchando su guitarra y sus historias; encantadores momentos que difícilmente voy a olvidar.

El abuelo Rafa nos ha dejado. A pesar de su enfermedad tuvo la muerte tranquila que se merecía. Como todos me siento triste por su partida, pero mi tristeza queda plenamente contrarrestada por el bello recuerdo que me queda de él. Ese recuerdo quiero resumirlo en una palabra que encierra la más visible de las bondadosas cualidades de Rafa: su nobleza.

Recordémoslo pues como el hombre noble que fue. Que cuando pensemos en él venga a nuestra memoria esa bonita sonrisa que nos ofreció a todos en tantas ocasiones y en situaciones tan diversas. De esa manera, para felicidad de todos quienes lo quisimos, el abuelo seguirá sonriendo en nuestros recuerdos hasta el final de nuestros días, y por toda la eternidad. Muchas gracias abuelito.



Juan Rafael Martínez Galarza
Septiembre 12 de 2005

2 comentarios:

Pirata Subterraneo dijo...

Por aqui leyendo tu blog. Bacana la historia de tus abuelos, muy colombiana. Saludos!!!

Juanita dijo...

bonita historia ... algo nostálgica ...