En
1944, poco antes del desembarco de Normandía, las fuerzas aliadas que combatían
a la Alemania Nazi se enfrentaban con un problema de números. Se trataba de
desembarcar a más de 150 mil hombres en las costas del norte de Francia, el
éxito de cuya misión dependía en gran medida de su conocimiento sobre el
volumen de producción de los alemanes, y en particular, de la cantidad de
tanques Panzer que habían salido de las fábricas de guerra para su operación en
esa zona del norte de Europa. Los informes de inteligencia eran confusos, y
algunos reportaban la existencia de hasta 1500 Panzer que, de confirmarse los
números, convertirían cualquier plan para evitar la invasión Nazi de Inglaterra
en una utopía irrealizable. De manera que se trataba de una decisión táctica
complicada: o se daba crédito a los informes de inteligencia y se abortaba
cualquier intento de controlar a la Wehrmacht en el norte de Europa, o se
recurría a métodos más ingeniosos para estimar la fuerza terrestre de los
alemanes.
En
aquella ocasión, la ciencia de los números vino al rescate, y terminó
inclinando la balanza en favor de la invasión de Francia por el norte. Los
matemáticos de la alianza idearon una manera certera de estimar la cantidad de
tanques alemanes usando como único insumo los números seriales de los pocos
tanques que habían sido capturados en esa región del frente bélico. No es
necesario tener un doctorado en matemática para entender el método: si a cada
tanque alemán se le asignó un número en el momento de sus construcción, empezando
con el número 1 para el primer tanque construido y siguiendo de manera
consecutiva hasta el número N del último tanque construido, entonces se puede
estimar el valor de N (que es desconocido), si se toma una muestra aleatoria de
unos cuantos números seriales entre 1 y N y se hacen algunos cálculos. Otra
manera (más cristiana), de decirlo es esta: Si los alemanes construyeron
muchísimos tanques, digamos miles de ellos, es poco probable que el primer
tanque capturado haya estado entre los primeros en ser construidos. De manera que si
se captura un tanque al azar y su número serial es, por ejemplo, 24, entonces es
de esperarse que el número total de tanques no esté en el orden de miles, sino
tal vez de decenas o cientos (pero con certeza será al menos 24). Los cálculos
específicos, que mejoraban con cada tanque capturado, dieron como resultado valores
de cerca de 150, mucho más cercanos al número real que los informes de
inteligencia. Y eventualmente dieron también la victoria a los Aliados.
El
problema estadístico se conoce desde entonces como el problema de los tanques
alemanes, y tiene muchas aplicaciones, pero seguramente ninguna tan
espeluznante como el llamado argumento del Juicio Final (doomsday argument en
inglés) que tiene que ver con la misma lógica aplicada a la producción de seres
humanos tan comunes y corrientes como ustedes o como yo, queridos lectores. En
efecto, ya que estamos en el negocio, ¿por qué no asumir que a cada uno de
nosotros nos ha sido asignado un número serial al nacer? En ese caso, dado que
nuestro nacimiento en un momento particular de la Historia no tiene nada de
extraordinario, nosotros mismos somos (individualmente) la mejor muestra
aleatoria possible: seres humanos nacidos al azar. Pues bien, eso pensó el astrofísico
Brandon Carter en 1983, y al hacerlo se percató de que, sin ninguna razón
particular, su número serial era aproximadamente 60 mil millones. Aplicando las
matemáticas del caso, la misma matemática de los tanque alemanes, Carter llegó
a la conclusion de que el último humano en nacer sería el número 1.2 billones,
y que, de asumirse que la población del planeta se estabilizará en 10 mil millones
de personas y que en promedio cada humano vive unos 80 años, la fecha de ese
ultimo nacimiento es antes del año 10000 de nuestra era. Sí, queridos lectores,
lo leyeron bien: si Carter está en lo cierto, a la raza humana le restan sólo
8000 años sobre la faz de la Tierra.
Son
escasas las ocasiones en que la filosofía puede hacer predicciones tan
concretas como la que presupone este argumento del Juicio Final; y más raras
aún las ocasiones en que puede hacer predicciones tan pertinentes para
nosotros, los miembros de la raza humana. Si, como lo indica nuestra necesidad
enfermiza de inventarnos un nuevo fin del mundo cada década, ya sea por
predicciones mayas o por cataclismos cósmicos, nos causa verdadera curiosidad
la cuestión de nuestra permanencia en la Tierra, tal vez deberíamos intentar
descifrar este argumento, y entender exactamente qué significa. Su estructura
lógica es sólida, como lo demuestran los ya muchos fallidos intentos por refutarlo,
pero sin duda la certeza en su fatídica predicción depende de qué tan
aleatorios nos consideramos, o dicho de otra manera, hasta qué punto la posible
existencia de otras conciencias (digamos, civilizaciones extraterrestres o
innumerables mentes humanas simuladas) hace necesario que también a tales conciencias
se les asigne un número serial, modificando las probabilidades notablemente.
En
caso de que el argumento sea correcto, antes que dejarnos vencer por el pánico o
por el conformismo fatalista del tipo: “para qué salvar el planeta, si de todas
maneras estamos condenados”, es bueno recordar que la probabilidad de que
cualquier evento suceda puede ser modificada por nueva evidencia, pero aún en
ausencia de la observación, cierta probabilidad de dicho evento ya existe. Lo
que quiero decir es que, si bien nuestra observación de ser el humano número 60
mil millones produce una predicción concreta (y esta predicción no es una
certeza sino una probabilidad), no es ésta observación la única que cuenta para
calcular nuestros chances de ser una civilización longeva, puesto que otros
factores afectan nuestra capacidad de autodestruirnos o de salvarnos. Dicho en
términos de “Volver al Futuro”, lo que esto significa es que somos dueños (en
cierta medida) de nuestro propio destino. La manera de aumentarnos la edad (como
los gorditos trientañeros que empezamos a ir al gimnasio para evitar problemas cardíacos) es reduciendo todas las posibles amenazas a nuestra civilización,
especialmente aquellas que puedan traer como consecuencia nuestra extinción
temprana, y eso por supuesto incluye el calentamiento global, la guerra
nuclear, e incluso la inteligencia artificial avanzada, según creen algunos.
El
argumento del Juicio Final es un ejemplo un poco angustioso de la lógica y la
probabilidad aplicadas al findelmundismo, pero también una oportunidad para
reflexionar sobre la influencia que queremos tener sobre nuestro común futuro.
En su momento, los Aliados miraron los números y tomaron la decision correcta.
Deberíamos seguir su ejemplo.