Hay que agradecerles algo a los doctores Cuero y Bernal, más allá de los detalles de la álgida discusión que se ha generado por las ínfulas (justificadas o no) del uno, y las denuncias (justificadas o no) del otro. Tal vez por primera vez en los últimos años, o al menos desde que yo recuerde, varios estamentos de la sociedad colombiana (periodistas, académicos y entidades gubernamentales, y en general ciudadanos que trabajan y pagan impuestos) se han enfrascado en una rica discusión sobre lo que significa ser científico y hacer ciencia, y no sólo desde el punto de vista puramente técnico, ni desde la perspectiva saludable de la divulgación, sino a propósito del más relevante de todos los aspectos de la ciencia: su impacto en una nación emergente que busca diversificar su economía a través de la investigación científica. En efecto, pocas veces habíamos visto términos como artículo científico, invento, factor de impacto, o patente tantas veces repetidos y por tantos días consecutivos en las primeras páginas de los principales diarios del país, y pocas veces tanta gente de tan diversos nichos del sector productivo se había animado a opinar sobre el tema. Sería un error no aprovechar esta inusitada atención para resaltar la relevancia de la ciencia en la Colombia del postconflicto, en sus justas proporciones y sin acudir a la exageración, mientras procuramos que esta discusión le dé el rumbo correcto a las políticas gubernamentales en la materia.
Colombia lleva décadas dando bandazos tempestuosos en sus políticas de ciencia y tecnología. Si el barco de la investigación científica no ha hecho agua es tal vez porque esos bandazos parecen bien sincronizados con los vaivenes políticos de la nación, y no hemos permitido que una política científica errada vaya demasiado lejos antes de dar un giro inesperado en la dirección completamente opuesta. Pero tampoco hemos avanzado mucho, y esa falta de avance la debemos a que las políticas de innovación y ciencia no han sido nunca una política de estado, sino un apetitoso pedazo del pastel burocrático con que los Presidentes buscan premiar a los partidos que los llevan al poder. Poco a poco, los gobiernos han entendido que si queremos emerger como una potencia económica de la región, tenemos que modernizar nuestros medios de producción, y cambiar, o al menos paulatimamente reemplazar el bonachón protagonismo de Juan Valdez o los desastres de contratación y corrupción en la minería, por una economía basada en el conocimiento que le dé a nuestros productos un valor agregado que no les sea fácilmente arrebatado por tratados de comercio poco equitativos con países que se pueden dar el lujo de perder en el agro porque producen lanzaderas espaciales.
Las anunciadas maravillas de las regalías para ciencia y tecnología no se han materializado porque, con contadas excepciones, los departamentos han contratado a su antojo con esos dineros sin asesorarse correctamente y con el consabido apetito burocrático que ya conocemos. El Presidente ha dicho que está comprometido con la ciencia y la tecnología, pero que mientras unos le dicen que hay que invertir en innovación, los otros le imprecan que hay que llenar el país de doctores y hacer sólo ciencia básica en física, astronomía y matemáticas. Yo creo que este es un falso dilema. El gobierno debe procurar que quien esté al frente de Colciencias sepa entender el balance entre estos dos aspectos, y comprender que no hay innovación sin ciencia básica, pues aquella no se trata de reproducir los inventos desarrollados en otras latitudes, sino, como su nombre lo indica, de usar los descubrimientos para producir inventos novedosos que beneficien a la población en aspectos claves para su desarrollo. Así mismo, la contratación debe hacerse teniendo en cuenta este balance, y debe establecerse un mecanismo adecuado para que los proyectos financiados utilicen los conocimientos de nuestros científicos más aventajados, esos que publican 10 artículos científicos al año, y se materialicen en soluciones para la sociedad y la industria.
Estoy seguro que el Dr. Cuero no es el único científico colombiano con patentes registradas en el extranjero. Estoy convencido de que las críticas al Dr. Cuero no han estado fundadas en el racismo, como lo siguen sugiriendo algunos periodistas que parecen no querer admitir sus propias fallas de investigación. Más bien, creo que lo condenable en su caso es haberse dedicado a producir jugosos contratos para su fundación apoyándose en sus aparentemente exagerados logros, en lugar de liderar un verdadero programa de innovación en Colombia, si es que sus resultados lo ameritaban. Eso sin contar lo éticamente reprobable de exagerar su hoja de vida en detrimento de quienes en Colombia siguen intentando, a veces de manera infructuosa, hacer innovación de verdad. La discusión no se puede quedar en la banalidad de quién es el científico que más publica en Colombia o en el extranjero, sino que tiene que ocuparse de cómo hacer para que los inventos e ideas de Cuero y de otros científicos colombianos, de los que hay muchos y muy capaces, no vayan a parar a la NASA, sino que se queden en Colombia mejorando las condiciones en las regiones y dando a la industria el empujón que necesita para que cuando se deje de consumir café en Europa, tengamos algo que ofrecerle al mundo.