Colombia es un país de letras. Un país de literatos, de poetas y de autores. Un país de libros que procura manetener vigente su fama internacional de pulcritud idiomática. A diario los colombianos en el exterior reciben congratulaciones por su refinado castellano, por su dicción pausada y melódica. Y también por sus autores, clásicos y contemporáneos: por José Asunción Silva, Rafael Pombo y José Eustasio Rivera; por García Márquez, por Mutis y por Juan Manuel Roca. De manera que hemos terminado por creer, con razón o no, que hablamos el mejor español del mundo. Hemos tenido un presidente poeta y dado cuna a uno de los seis Premios Nobel de literatura que han salido de Latinoamérica. A nuestra capital llegaron incluso a llamarla (¿quiénes?, me pregunto yo) la Atenas Sudamericana.
Pero en algo no nos parecemos a la Grecia Clásica, a la Atenas de la Akademia Platónica, y es en que la patria de Pericles, al tiempo que produjo grandes historiadores y brillantes dramaturgos, también produjo hombres de ciencia que llegaron a cambiar la concepción de la naturaleza basados en un conjunto de ideas que hicieron de la observación y el análisis lógico la herramienta principal para extraer conocimiento del Cosmos. De allí surgió Epicuro, que como Demócrito hablaba de átomos y de cómo la naturaleza era regida por sus interacciones. De allí nos vino también Anaximandro, quien por primera vez propuso un modelo mecánico del mundo y habló de múltiples mundos en otras estrellas lejanas. Y de los polvorientos desiertos de la Libia griega surgió Eratóstenes, que llegó a calcular el tamaño y la curvatura de la Tierra usando sólo un par de estacas clavadas en el suelo.
Colombia no sabe de ciencia. No sabe de ciencia como nación, pues es innegable que existen en el país reconocidos y excelentes grupos de investigación. Es un semillero prolífico de brillantes estudiantes y de afamados científicos que tienen que irse a aprovechar sus cerebros en otras tierras. A diferencia de otras naciones latinoamericanas que ya cuentan con una sólida estructura científica y tecnológica, empezando por una inversión muy superior al irrisorio 0.18% del PIB que invierte nuestro país en ciencia y tecnología, Colombia está rezagada, muy rezagada, y me temo que aunque siga produciendo esos grandes literatos que nos son tan necesarios, lo seguirá estando a menos que todas las instancias de la sociedad colombiana se apropien del conocimiento científico y reconozcan su provecho como motor económico y de desarrollo. Brasil acaba de firmar un millonario contrato con el Observatorio Europeo Austral (ESO) para entrar a hacer parte del complejo astronómico más grande del planeta, que cuenta con los telescopios más potentes del mundo. Con esa inversión Brasil no sólo descubrirá nuevos planetas, sino también nuevas maneras de combatir la pobreza.
Pero de la mano de una inversión sólida por parte del Estado (a propósito, ¿en qué va lo del uso de las regalías para inversión en ciencia y tecnología?), debe venir una apropiación de la ciencia en todos los niveles de la sociedad. Los colombianos necesitamos empezar a hablar de ciencia, a disfrutar de la ciencia, y a beneficiarnos de sus métodos y resultados, más allá de las escuetas noticias científicas que aparecen una vez al mes en la sección de curiosidades de los periódicos. Por la sencilla razón de que los descubrimientos científicos despiertan la curiosidad y fomentan el pensamiento crítico de las generaciones jóvenes. Y porque un pensamiento estructurado y crítico de sus jóvenes es lo que necesita una nación agobiada por los fantasmas que son producto de las leyes de la selva que nos rigen desde nuestra independencia: violencia, corrupción, esoterismo. Por supuesto, la discusión científica no es la única manera de lograrlo, pero si la miramos en el conjunto de todos sus demás beneficios, es tal vez la más provechosa.
Por eso inicio hoy este blog. Para divulgar, pero sobre todo para discutir asuntos científicos desde mi modesta posición de jóven investigador, que me será sin duda insuficiente para proveer una visión completa de lo que pasa en el mundo científico. Quisiera contribuír un poco al trabajo de muchos otros divulgadores que acercan la ciencia al público general y motivan a las nuevas generaciones. Pero sobre todo quiero que con cada nuevo descubrimiento científico, los lectores vean una oportunidad de liberar a Colombia de sus fantasmas. Ojalá me lean.