No reconozco la autoridad moral de un Gobierno que bajo el uso de la fuerza ha hecho todo lo posible para incumplir los acuerdos por él mismo firmados. No reconozco la autoridad moral de un Gobierno que ha engañado a sus propios ciudadanos para conseguir objetivos políticos claros en perjuicio de aquellos con quienes bajo la mirada complaciente de la prensa Occidental ha estado negociando la paz por los últimos 40 años. No reconozco la autoridad moral de un Gobierno que ha denunciado por todos los medios posibles su propia persecución y exterminio en la eras oscuras de la Guerra Mundial, y que sin embargo, con una doble moral abusiva que más que sangre fría requiere verdadera maldad, aplica métodos semejantes en la actualidad para deshacerse de aquellos a quienes consideran ilegítimos en inferiores. No reconozco al Gobierno de Israel. No le reconozco la autoridad moral de la cual se ufana en los foros internacionales para justificar cada una de las barbaridades que suceden en los territorios ocupados de Palestina. No reconozco la autoridad que reclaman para construir ghettos, autopistas y muros infames en los territorios que tal como registran los acuerdos que han firmado, pertenecen al pueblo Palestino, pero que permanecen judíos en lo más profundo de sus ideologías retrógradas e intolerantes. Y no creo que nadie con el más mínimo sentido de justicia deba reconocerlo.
Defiendo, por supuesto, el derecho de Israel a un territorio y a una Nación. Defiendo su derecho a evitar ataques injustificados de la otra parte y repudio con la misma vehemencia con que ellos lo hacen la violencia de aquellos quienes desde la esquina opuesta del extremismo ideológico y religioso, lanzan ataques injustificados contra su integridad y contra lo que se ha firmado en el pasado. Pero un extremismo no justifica otro. En la política, y en las relaciones entre pueblos y sociedades, lo opuesto del negro no es necesariamente el blanco. No por oponerse al fundamentalísimo islámico que sale en defensa del pueblo palestino son los fundamentalistas judíos que sueñan con una Sion libre de árabes una mejor opción. Al contrario, la increíble superioridad del Estado judío en términos militares y tecnológicos debería ser una garantía de reacciones moderadas y diplomáticas, y no de crueles y miserables ataques -no sólo por las vías de hecho, sino también de manera mediática e ideológica- contra la población civil palestina cada vez que un puñado de desorientados musulmanes usa la violencia para provocar a sus contrarios. Exijo el retiro de Israel de los asentamientos en el Banco Occidental. Exijo el respeto a los acuerdos de Oslo. Exijo justicia, la única manera de alcanzar la paz, no solo en Oriente Medio, sino en el mundo entero.
El fin de semana alguien que asiste asiduamente a una iglesia cristiana me decía que allí les enseñan a orar por todo el mundo con igual intensidad y fervor. En particular, a orar tanto por los israelíes como por los palestinos. Me decía también, en confidencia, que en el fondo queda la impresión de que la iglesia apoya al pueblo de Israel, el pueblo escogido por Dios. Yo me pregunto para qué carajos los escogió Dios, si es que el Dios omnipotente de los judíos tiene acaso el interés de escoger a alguien. ¿Para traer sangre y miseria a un pueblo Palestino que, como ellos mismos, había ya soportado por cinco siglos de dominio Otomano las penurias de la imposición? ¿Para acallar con demostraciones irracionales de fuerza cualquier voz que se atreva a apoyar el derecho de los palestinos a un Estado digno? ¿O para amar al prójimo, como proclamaba ese judío ejemplar y falso Mesías que se llamaba Jesús de Nazareth? Sé que la mayoría de los ciudadanos de Israel, gentes justas y gentes de bien, preferirían esto último. Pero sus líderes parecen creer que Dios tal vez los escogió para demostrarnos una vez más que la justicia es el precio que debemos pagar todos para mantener en cada rincón del orbe un sistema democrático e igualitario como aquel que rige al maravilloso Gobierno de Israel.