En un país con la pobreza, el desemplo, la injusticia y los demás desastres políticos, económicos y climáticos que tiene Colombia, lo último que necesitamos es charlatanes que terminen de confundir al pobre y de engañar al ingenuo. Si hay algo peor que todos los problemas sociales de la Nación juntos, es la viveza de algunos que, soportados en la ingenuidad de un pueblo al que se prefiere mantener ignorante, se lucran con basura metafísica y religiosa a costa de los salarios ya miserables de la población más vulnerable. Y lo que es peor: a expensas de sus esperanzas en una vida mejor.
Ayer, hacia las 10:30 p.m., cuando sintonizaba Radio Super en internet para ver si José Obdulio iba a decir algo creíble sobre su papel en el asunto aquel de las chuzadas, me encontré en cambio con un programa cuyo nombre no recuerdo, pero que hablaba de las bondades de los arcángeles y de cómo el arcángel San Miguel y San Uriel y San Tropel podían ayudar a los colombianos en sus penurias económicas y sentimentales. Dos individuos de mal hablar y que se llamaban "hermanitos" entre ellos recibían las llamadas de personas anónimas que casi al borde del llanto les hablaban de su pobreza, de su falta de compañía y de su mala vida, y les rogaban: "hermanitos, díganme cuál es mi arángel protector".
Los "hermanitos" no sólo les decían que sus peticiones serían enviadas con prontitud a Jerusalén para ser escuchadas directamente por Dios, sino que además los invitaban a su local en Chapinero, un pseudo-templo esotérico llamado el Sagrado Tabernáculo Angelical, nombre basado en una leyenda de un monje jerosolimitano a quien el arcángel San Miguel le ordenó pintar cuadros reproduciendo a cada uno de los siete arcángeles.
Allá en el local les venderían por 70 mil pesos, un paquete navideño que incluía toda suerte de pócimas para mejorar el destino y sosegar los tormentos del alma. Decían ellos que tenían muy pocos, que la gente debería llamar a reservarlos antes de que se agotaran.
Las personas que llaman a estos programas radiales no son precisamente las mejor acomodadas en nuestra sociedad. Al contrario, son las más vulnerables y es una obligación nuestra protegerlos, y en general proteger a la sociedad en su totalidad, de las promesas miserables que les hacen creer que las pócimas esotéricas de semejantes charlatanes van a sacarlos del profundo agujero en el que la negligencia de nuestras instituciones los tiene sumidos.
La gente tiene derecho a creer en algo. Pero también tiene derecho a que se protejan sus derechos como consumidores, como ciudadanos y como personas racionales. Si algo permite que sea fácil que personas como José Obdulio Gaviria lleguen a las cimas del poder en un país ignorante y pobre, es el estado de mente que algunas instituciones espirituales crean en los electores, que le venden su alma a un chamán por un paquete esotérico navideño.
1 comentario:
No me parece eso de proteger al pueblo pobre e ignorante de los peligros de los charlatanes. Cuantos políticos, industriales, actores, narcos y demás personas prestantes del país no se encomiendan al hermano Salomón, Water Mercado, el indio amazónico y demás?
El dinero no es la salvación !
Si hablamos de charlatanes de fe el más engañador, en el país del sagrado corazón por lo menos, es la iglesia católica y derivados, y ese ha sido igual de efectivo en todos los estratos y condiciones sociales.
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