Bacatá, abril de 1537. Con la mirada clavada en tierra, como corresponde sin excepción a todos los súbditos que le dirigen la palabra al Zipa, a quien no se mira a los ojos, el mayordomo de Palacio entra en la sala real por el costado oriental, avanzando lentamente entre las columnas de nogal que sostienen un techo altísimo adornado con incrustaciones doradas que le dan la apariencia equívoca de una bóveda celeste hecha a la medida del Señor de los Hombres. Tisquesusa, ataviado con sus ornamentos ceremoniales, la mirada serena y fija en un punto justo sobre el dintel de la puerta que el mayordomo acaba de atravesar sin que él lo advierta, aun piensa en las palabras lejanas de Popón, aquél mohán pequeño y garboso que le fue presentado en el pueblo de Ubaque durante las celebraciones por su advenimeinto al trono. Siempre había creído que los extranjeros a quienes se refería el mohán en sus extravagantes predicciones no podían ser otros que los detestables Panches, salvajes y perennes enemigos de su pueblo, el pueblo inextinguible creado por Chiminigagua. Pero las recientes noticias han hecho que el Señor de los Hombres se alarme y empiece a considerar la posibilidad de enemigos nuevos e infalibles, imposibles de vencer por la fuerza hasta ahora efectiva de la estólica, la lanza o la honda. Al Zipa lo aterra pensar en estos seres blancos de cuerpos metálicos y dos cabezas que avanzan desde el norte sobre sus cuatro piernas acercándose peligrosamente a la capital del zipazgo. Si los rumores que han llegado a sus eternos oídos son ciertos, estos invasores son tan altos como dos hombres uno sobre otro, y tienen ambos rostros cubiertos de pelo, si bien es el rostro superior, el más pequeño y humano de los dos, el que parece dirigir la voluntad del resto del cuerpo. No sólo es su imponente presencia, sino lo atroz de su ataque, lo que preocupa a Tisquesusa: los extranjeros han hecho de la violencia del trueno un aliado, y una sola de sus ráfagas de tormenta es capaz de aniquilar a tres guaches colocados uno detrás del otro. Las noticias no son pues, alentadoras.
El mayordomo sigue de rodillas frente al trono, sin atreverse a avanzar un paso más, pues tampoco es permitido estar demasiado cerca del hijo del Sol, ni a interrumpir los pensamientos de su señor, que de repende parpadea, se quita su nariguera de oro macizo y baja la mirada para dirigirse al súbdito.
- ¿Qué pasa? -pregunta con una voz que no es de este mundo.
- Mi señor -responde el mayordomo con la voz temblorosa de quien se dirige al Sol- Los hombres que han sido enviados a Suesca acaban de regresar con importantes noticias para el Reino, y solicitan ser escuchados de inmediato por el sucesor de Nemequene, si es la voluntad de éste último escuchar su relato.
- Es mi voluntad recibirles. ¿Cuáles son sus nombres?
- Son los guaches Gathapá y Guamuyhyca, mi señor -replica el servidor-. En el pasado, ambos han tenido el honor de derramar su sangre en el campo de Chocontá, expeliendo de nuestro suelo a los guerreros del usurpador de Hunza.
Tisquesusa suspira ligeramente al escuchar esta referencia a la batalla que lo puso en el trono de Bacatá. Y, poniéndose de nuevo la nariguera en su lugar,
- Que entren -dice.
* * *
El guerrero Gathapá tiene casi cincuenta años. Fiel al zipazgo durante toda su vida, su legendaria nobleza le ha permitido servir a Tisquesusa durante veintitrés años con el mismo fervor con que lo hizo bajo las órdenes del gran Nemequeme, a pesar de que aquél apenas recuerda su nombre, y es por completo ajeno a la gran dosis de sangre que Gathapá ha dejado en los campos defendiendo las fronteras del soberano Bogotá. Treinta años de guerra le han enseñado que en la gran mayoría de los casos el derramamiento de sangre sólo conduce a nuevas guerras y si algo ha aprendido de sus esporádicos enemigos, los hombres del Zaque, es a apreciar el valor de la negociación.
Sus principios pacifistas no han impedido que Gatahapá levante las armas cada vez que su soberano se lo ha ordenado, ya sea contra Panches, Hunzas o caciques rebelados. Así lo había hecho cuando, en los primero años de este zipazgo, tuvo que apresar y dar muerte a su tío, el cacique de Ubaque, quien se había levantado en armas contra Tisquesusa justo después de la visita de éste a sus territorios del suroriente. Gathapá recuerda con nítida fidelidad cómo en aquella visita su tío el Ubaque no hizo esfuerzos por ocultar su repudio hacia el nuevo Zipa, quien continuaba en las celebraciones de su advenimiento, e incluso envió a uno de sus sacerdotes, el mohán Popón, para que intimidara al Zipa con predicciones funestas sobre su muerte a manos de guerreros extranjeros. Tisquesusa habría de quedar marcado para siempre por aquellas palabras de Popón; para Gathapá, en cambio, el oráculo no era más que una maliciosa jugada de su tío para amedrentar al soberano que apenas se inauguraba. Fue entonces, en momentos en que él mismo aun lloraba la muerte del bravo Nemequeme, cuando el guache Gathapá se dio cuenta de lo tormentoso que sería el Gobierno del nuevo Zipa.
Veintitrés años habían pasado desde entonces, y Tisquesusa seguía inamovible en su trono de Funza-Bacatá. Cuando le fue encomendada la misión de viajar a Suesca como espía para obtener información acerca de los extraños invasores blancos que venían del norte, Gathapá no identificó de inmediato el presagio que le anunciaba que las palabras de Popón, en las que nunca creyó, estaban a punto de cumplirse.
3 comentarios:
felicitaciones mi juanito ... está muy entretenido ... cuando vendrá más?
besos
zas
Un saludo desde Bogotá: hermosa forma de contar un poco de nuestra historia.
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