En el siglo XVI el mundo pertenecía a quien lo supiera navegar.
Flotillas enteras de carabelas y bageles emprendían expediciones
temerarias para descubrir nuevos mundos y expandir imperios. Españoles, portugueses, holandeses e ingleses se disputaban el control de los
mares, y el conocimiento cartográfico era guardado como un secreto de
estado por los monarcas de estos reinos, para quienes las rutas de
navegación y los mapas de nuevos litorales eran un bien tan preciado
como el uranio enriquecido de nuestros tiempos. En un libro apasionante,
María Portuondo nos cuenta, por ejemplo, cómo la necesidad de mantener
esa enorme cantidad de conocimiento a salvo de la ávida curiosidad de
los enemigos en el control de los mares dio orígen a la ciencia secreta
de la cosmografía en el imperio español, y cómo las nuevas técnicas que
de allí se desprendieron dieron a los europeos una visión nueva del
mundo que estaban por descubrir. Desde entonces, la cartografía y la
navegación han estado ligadas sin remedio al ejercicio del poder, una
relación de la que dan cuenta hoy en día los ingentes esfuerzos
políticos de Europa por tener en órbita su propia flotilla de satélites
para navegación global.
Gerard de Kremer, el filósofo y
matemático flamenco que alcanzaría el reconocimiento mundial por sus
trabajos cartográficos con el nombre de Gerardus Mercator, vino al mundo
en medio de aquellos años turbulentos, y tuvo la suerte de vivir en los
Países Bajos en las décadas que precedieron a la edad de oro, cuando
las artes y las ciencias eran apreciados por su valor como conocimiento
puro, pero también codiciadas por la relevancia de sus secretos. En 1569
Mercator ideó y dio a conocer un nuevo mapa del mundo conocido en el
que daba solución a uno de los problemas más serios para los navegantes
de la época: el de representar la superficie esférica del planeta en un
mapa plano donde además las direcciones fueran conservadas. Es decir, un
mapa en donde para cada punto, sin importar su posición en la
superficie, las direcciones norte-sur y este-oeste formaran entre ellas ángulos de 90 grados. No era una tarea irrelevante: en una época en que
sólo la posición de las estrellas en el firmamento y la hora del día
daban una idea de nuestra ubicación en la superficie del planeta, una
carta de navegación donde el norte siempre estuviera en la misma
dirección resultaría de gran utilidad para planear las nuevas rutas del
descubrimiento.
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En la proyección de Mercator, los ángulos y las direcciones cardinales se conservan. Pero las áreas cercanas a los polos aparecen desmesuradamente grandes. Fuente: Wikipedia. |
Si tienen un globo terráqueo inflable al que no
estén emocionalmente conectados, intenten cortarlo y extenderlo en una
mesa de forma que toda la extensión de su superficie sea visible y esté
en contacto directo con la mesa, conservando al mismo tiempo una idea de la
distribución geográfica de los continentes. Al intentarlo, seguro podrán
entender la gran dificultad geométrica a la que se enfrentaron Mercator
y otros cartógrafos de la época: no es fácil representar un mundo
esférico en dos dimensiones planas sin distorsionar por completo las
formas o las direcciones. Quienes se dieron a la tarea de hacerlo,
tuvieron que escoger entre proyecciones conformes (es decir, que
conservan las direcciones), como lo hizo Mercator, o proyecciones que
conservan las áreas. En el
último caso, las proporciones entre los
tamaños de los países se mantienen fieles a la realidad, a
ún cuando las
direcciones pierden la fidelidad necesaria para la navegación. La idea
de Mercator resultó mucho más
útil para los propósitos imperiales y
terminó siendo adoptada de manera universal en casi todos los mapas que aparecen hoy en día en los libros de texto del mundo. En
la proyección conforme de Mercator (que es la misma utilizada por
Google Maps), las regiones cercanas a los polos se distorsionan por
completo y países como Groenlandia o Noruega aparecen mas grandes
comparados con países ecuatoriales, en contradicción feaciente con la
realidad esférica de nuestra Tierra. No tiene por que ser así: el tiempo de los grandes
navegantes ya pasó.
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En una proyección de áreas iguales, como la de Molleweide, la proporción de áreas entre diversas regiones del planeta son fieles a la realidad, pero la dirección norte-sur aparece distorsionada. Compárese con la imagen de arriba. Fuente: Wikipedia. |
Hay quienes interpretamos la popular versión
del mundo representada en el mapa de Mercator desde una perspectiva
política particular: el norte está arriba, y los países del hemisferio
septentrional aparecen más grandes de lo que son en realidad. Quien se
enfrenta al mapa de Mercator, como quien observa una obra de arte en un
museo, bien puede pensar que los países ricos del norte son también los
más extensos y populosos. La realidad es diferente, y es bueno que
quienes están a cargo de la educación de nuestros pequeños geógrafos se
tomen el trabajo de explicar a fondo los efectos de la geometría en la
representación política de nuestros países. La matemática, en su rica
variedad, nos ofrece
otras opciones, como la proyección de Molleweide,
que distorsiona un poco los ángulos, pero nos muestra una visión más
democrática del mundo, o la proyección de Gall-Peters, que se hizo
famosa tras su aparación en la serie de televisión The West Wing. Como
todo el aparato de la ciencia, la elaboración de mapas es el arte de
crear un modelo del mundo que explique las observaciones, y no una
verdad absoulta. Es por eso que nuestras verdades políticas y
geográficas, pero también históricas, dependen a veces de nuestros
intereses. Hace un par de años, NASA dio otro ejemplo de tergiversación
cartográfica cuando publicó su imagen "Blue Marble 2012" en la que
Norteamérica aparece ocupando una porción considerable del globo
terráqueo, de nuevo en desacuerdo con la realidad, como se puede
comprobar fácilmente comparando la imagen con una proyección de Google
Earth. Un error tan evidente tiene sin lugar a dudas algunas
motivaciones políticas acerca de las cuales vale la pena pensar un poco.
En
tiempos de Mercator, los dueños de la ciencia secreta lograron mantener
el control de los mares, y al hacerlo garantizaron tresceintos años de
colonialismo del que a
ún hoy sufrimos las consecuencias. Hoy es bueno
estar alerta, ver el mundo con otros ojos y recordar una vez más que
vivimos en un planeta redondo, como una naranja, en el que la cartografía todavía
puede jugar a favor de intereses particulares. Tal vez la
esperanza de un futuro de independencia tecnológica motive a nuestros
gobiernos a entrenar a los navegantes del futuro, y nos anime a todos
por fin a aprender un poco de geometría.
@juramaga
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